jueves, 27 de diciembre de 2012

La nueva historia de la vida cotidiana


          La historia ha sido definida durante siglos como el estudio de los hechos extraordinarios realizados por los hombres extraordinarios. Un diccionario francés de 1680, de Richelet, definía la Historia como “una narración continuada de cosas verdaderas, grandes, y públicas, escrita con inteligencia y agudeza, con elocuencia y discernimiento para la instrucción de los particulares y de los Príncipes y para el bien de la sociedad civil.” El Diccionario de Autoridades de la Real Academia Española de la Lengua, de 1726 la definía como: “Relación hecha con arte: descripción de las cosas como ellas fueron por una narración continuada y verdadera de los sucesos más memorables y las acciones más célebres.”
          Por mucho tiempo la historia se ha identificado esencialmente con la historia política y nada más que con la historia política. Todavía hoy existen historiadores que siguen moviéndose en ese ámbito. Pero desde hace ya algunas décadas los horizontes se han ampliado. Algunos historiadores nos interesamos también por una perspectiva más abierta, que se ha manifestado en la llamada “nueva historia”. Por cierto ya no tan nueva.        
          Siguiendo la caracterización que hace Peter Burke[1], algunos rasgos definirían la nueva historia:
             Ante todo, es una historia no sólo desde arriba sino también “desde abajo”, que no presta sólo atención al poder y a los poderosos, sino al ser humano común. Una nueva historia que multiplica los sujetos de la historia y que se ocupa de hacer entrar en la historia a la gente común y corriente, gentes hasta hace poco desconocidas o ignoradas, cuya existencia nadie se preocupaba por investigar, creyendo que no se podría averiguar nada o, lo que es peor, que no tendría verdadera importancia para la historia. Mujeres, niños, ancianos, pobres, campesinos, los considerados menos importantes, los olvidados, los heteredoxos, los marginados. Una historia, por tanto, que amplíe al máximo el elenco de protagonistas, donde toda la humanidad pueda tener su papel en la obra. En esta línea la historia de la mujer ha sido una de las incorporaciones más decisivas. Una nueva historia más democrática, que apuesta por la igualdad de oportunidades.
        Una nueva historia que multiplique igualmente sus temas. Una historia nacida de un amplio interés por todas las actividades humanas. Una historia que va más allá de la historia política y que lleva a fijarse no sólo en los problemas y acontecimientos relevantes, sino en los aspectos más cotidianos de la vida. Que se ocupe de la vida diaria de las gentes anónimas y también de lo cotidiano en los grandes personajes. No sólo lo público sino también lo privado. Que observe, por ejemplo, cómo las simples cuestiones biológicas, por ejemplo la alimentación, son transformadas por el ser humano en construcciones socio-culturales, que no son inmutables ni homogéneas, sino que varían, según las épocas, los países, los grupos, que tienen su historia. 
        Una historia que abarque tanto los movimientos colectivos como las acciones individuales, tanto las tendencias como los acontecimientos puntuales. Una historia que haga el esfuerzo de intentar recoger la multiplicidad de voces, la pluralidad de perspectivas y de puntos de vista, es decir que busque la objetividad sin dejar de incorporar las subjetividades. Una historia que trate de armonizar sin acallarlas las numerosas voces individuales, diversas y opuestas. Una historia de tiempos largos, que para poder entenderla hay que seguirla a través de siglos. Pero también una historia de momentos, en que las largas tendencias se concentren y sinteticen en breves instantes cargados de significado. En ese sentido la microhistoria ha hecho aportaciones muy esclarecedoras. Al analizar un “pequeño” caso particular de manera tan profunda y afinada se aumenta la comprensión del conjunto y se evita que lo individual y concreto quede perdido o diluido en los grandes movimientos o corrientes generales. Son posibles los análisis macro y los micro. La microhistoria no sustituye a la historia tradicional, la enriquece.
        Una nueva historia que se replantea continuamente la metodología. La microhistoria puede ser un buen ejemplo al abordar el problema de cómo abordar el conocimiento del pasado a través de lo cualitativo, de indicios, signos o síntomas, tomando lo individual, lo particular, lo específico como punto de partida para ir hacia su contextualización y hacia su inserción en lo general.
         Otro ejemplo metodológico extraído de la microhistoria es el problema de la comunicación del historiador con el lector, en definitiva el problema del relato, uno de los grandes problemas permanentes de la historia, el de la historia como narración. Recordemos el énfasis de las definiciones citadas al principio en términos como “narración”, “relación”.
        La nueva historia se ha planteado también el clásico tema de las fuentes. Es una historia basada, naturalmente, en documentos, pero no sólo en documentos oficiales, sino en nuevos documentos, otros tipos de documentos, y en documentos ya utilizados de los que se hace una nueva lectura y a los que se da otra interpretación, aprovechando mucha información antes desestimada. Por ejemplo, las fuentes judiciales no sirven sólo para estudiar el sistema de administración de justicia, sino que pueden aportar conocimientos importantes para la historia de la vida cotidiana.
        Y una nueva historia no sólo basada en documentos, sino en toda otra posible huella humana, desde fuentes visuales a fuentes orales. Contra lo que cabría esperar las fuentes son numerosas y muy diversas. Existen muchos testimonios indirectos y bastantes directos. Todas estas fuentes se hallan dispersas por numerosas secciones y series de un amplio conjunto de archivos, bibliotecas, museos. Con frecuencia se trata de documentación o materiales con muy diversos criterios de catalogación, por lo que se requiere imaginación para descubrirlas, pero se pueden hacer descubrimientos importantes en lugares insospechados.
        Una nueva historia dispuesta a aprender de la interdisciplinariedad. Como señala, por ejemplo, Giovanni Levi para la microhistoria: “A pesar de hundir sus raíces en el terreno de la investigación histórica, muchas de las características de la microhistoria demuestran los lazos íntimos que ligan la historia con la antropología”. En especial la llamada “descripción densa” de Clifford Geertz. Las manifestaciones de cada cultura, según Geertz, deberían ser estudiadas de la misma manera que la arqueología estudia el suelo, “capa por capa”, desde la más externa, es decir desde aquella en donde los símbolos culturales se manifiestan de manera más clara, hasta la capa más profunda, donde se encuentra la matriz de estos símbolos a los cuales hay que identificarles el significado, dejando de lado los aspectos ontológicos del mismo.
        En ese mismo sentido resulta también muy reveladora la importancia concedida a los textos en la nueva historia. La preocupación por la palabra, por el lenguaje, por el discurso es clave. En esa conexión entre historia y literatura, tanto por el contenido como por la metodología, se ha hecho una gran aportación al avance de la nueva historia, abriendo nuevas perspectivas a problemas antiguos y planteando otros completamente nuevos. Baste citar las magistrales aportaciones realizadas por Roger Chartier en este campo.




[1] BURKE, Peter: “Obertura: la nueva historia, su pasado y su futuro” en BURKE, P. (ed.): Formas de hacer Historia, Madrid, Alianza Universidad, 1993, ps. 11-37.

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