La historia ha sido definida durante siglos como el
estudio de los hechos extraordinarios realizados por los hombres
extraordinarios. Un diccionario francés de 1680, de Richelet, definía la
Historia como “una narración continuada de cosas verdaderas, grandes, y
públicas, escrita con inteligencia y agudeza, con elocuencia y discernimiento
para la instrucción de los particulares y de los Príncipes y para el bien de la
sociedad civil.” El Diccionario de Autoridades de la Real Academia Española de
la Lengua, de 1726 la definía como: “Relación hecha con arte: descripción de
las cosas como ellas fueron por una narración continuada y verdadera de los
sucesos más memorables y las acciones más célebres.”
Por mucho
tiempo la historia se ha identificado esencialmente con la historia política y
nada más que con la historia política. Todavía hoy existen historiadores que
siguen moviéndose en ese ámbito. Pero desde hace ya algunas décadas los
horizontes se han ampliado. Algunos historiadores nos interesamos también por
una perspectiva más abierta, que se ha manifestado en la llamada “nueva
historia”. Por cierto ya no tan nueva.
Siguiendo la caracterización que hace Peter Burke[1], algunos rasgos definirían la nueva historia:
Siguiendo la caracterización que hace Peter Burke[1], algunos rasgos definirían la nueva historia:
Ante todo,
es una historia no sólo desde arriba sino también “desde abajo”, que no presta
sólo atención al poder y a los poderosos, sino al ser humano común. Una nueva
historia que multiplica los sujetos de la historia y que se ocupa de hacer
entrar en la historia a la gente común y corriente, gentes hasta hace poco
desconocidas o ignoradas, cuya existencia nadie se preocupaba por investigar,
creyendo que no se podría averiguar nada o, lo que es peor, que no tendría
verdadera importancia para la historia. Mujeres, niños, ancianos, pobres,
campesinos, los considerados menos importantes, los olvidados, los heteredoxos,
los marginados. Una historia, por tanto, que amplíe al máximo el elenco de
protagonistas, donde toda la humanidad pueda tener su papel en la obra. En esta
línea la historia de la mujer ha sido una de las incorporaciones más decisivas.
Una nueva historia más democrática, que apuesta por la igualdad de
oportunidades.
Una nueva
historia que multiplique igualmente sus temas. Una historia nacida de un amplio
interés por todas las actividades humanas. Una historia que va más allá de la
historia política y que lleva a fijarse no sólo en los problemas y
acontecimientos relevantes, sino en los aspectos más cotidianos de la vida. Que
se ocupe de la vida diaria de las gentes anónimas y también de lo cotidiano en
los grandes personajes. No sólo lo público sino también lo privado. Que
observe, por ejemplo, cómo las simples cuestiones biológicas, por ejemplo la
alimentación, son transformadas por el ser humano en construcciones socio-culturales,
que no son inmutables ni homogéneas, sino que varían, según las épocas, los
países, los grupos, que tienen su historia.
Una historia
que abarque tanto los movimientos colectivos como las acciones individuales,
tanto las tendencias como los acontecimientos puntuales. Una historia que haga
el esfuerzo de intentar recoger la multiplicidad de voces, la pluralidad de
perspectivas y de puntos de vista, es decir que busque la objetividad sin dejar
de incorporar las subjetividades. Una historia que trate de armonizar sin
acallarlas las numerosas voces individuales, diversas y opuestas. Una historia
de tiempos largos, que para poder entenderla hay que seguirla a través de
siglos. Pero también una historia de momentos, en que las largas tendencias se
concentren y sinteticen en breves instantes cargados de significado. En ese
sentido la microhistoria ha hecho aportaciones muy esclarecedoras. Al analizar
un “pequeño” caso particular de manera tan profunda y afinada se aumenta la
comprensión del conjunto y se evita que lo individual y concreto quede perdido
o diluido en los grandes movimientos o corrientes generales. Son posibles los
análisis macro y los micro. La microhistoria no sustituye a la historia
tradicional, la enriquece.
Una nueva
historia que se replantea continuamente la metodología. La microhistoria puede
ser un buen ejemplo al abordar el problema de cómo abordar el conocimiento del
pasado a través de lo cualitativo, de indicios, signos o síntomas, tomando lo
individual, lo particular, lo específico como punto de partida para ir hacia su
contextualización y hacia su inserción en lo general.
Otro ejemplo
metodológico extraído de la microhistoria es el problema de la comunicación del
historiador con el lector, en definitiva el problema del relato, uno de los
grandes problemas permanentes de la historia, el de la historia como narración.
Recordemos el énfasis de las definiciones citadas al principio en términos como
“narración”, “relación”.
La nueva
historia se ha planteado también el clásico tema de las fuentes. Es una
historia basada, naturalmente, en documentos, pero no sólo en documentos
oficiales, sino en nuevos documentos, otros tipos de documentos, y en
documentos ya utilizados de los que se hace una nueva lectura y a los que se da
otra interpretación, aprovechando mucha información antes desestimada. Por
ejemplo, las fuentes judiciales no sirven sólo para estudiar el sistema de
administración de justicia, sino que pueden aportar conocimientos importantes
para la historia de la vida cotidiana.
Y una nueva
historia no sólo basada en documentos, sino en toda otra posible huella humana,
desde fuentes visuales a fuentes orales. Contra lo que cabría esperar las
fuentes son numerosas y muy diversas. Existen muchos testimonios indirectos y
bastantes directos. Todas estas fuentes se hallan dispersas por numerosas
secciones y series de un amplio conjunto de archivos, bibliotecas, museos. Con
frecuencia se trata de documentación o materiales con muy diversos criterios de
catalogación, por lo que se requiere imaginación para descubrirlas, pero se
pueden hacer descubrimientos importantes en lugares insospechados.
Una nueva
historia dispuesta a aprender de la interdisciplinariedad. Como señala, por
ejemplo, Giovanni Levi para la microhistoria: “A pesar de hundir sus raíces en
el terreno de la investigación histórica, muchas de las características de la
microhistoria demuestran los lazos íntimos que ligan la historia con la
antropología”. En especial la llamada “descripción densa” de Clifford Geertz. Las manifestaciones de cada
cultura, según Geertz, deberían ser estudiadas de la misma manera que la arqueología
estudia el suelo, “capa por capa”, desde la más externa, es decir desde aquella
en donde los símbolos culturales se manifiestan de manera más clara, hasta la
capa más profunda, donde se encuentra la matriz de estos símbolos a los cuales
hay que identificarles el significado, dejando de lado los aspectos ontológicos
del mismo.
En ese mismo
sentido resulta también muy reveladora la importancia concedida a los textos en
la nueva historia. La preocupación por la palabra, por el lenguaje, por el
discurso es clave. En esa conexión entre historia y literatura, tanto por el
contenido como por la metodología, se ha hecho una gran aportación al avance de
la nueva historia, abriendo nuevas perspectivas a problemas antiguos y
planteando otros completamente nuevos. Baste citar las magistrales aportaciones
realizadas por Roger Chartier en este campo.
[1]
BURKE, Peter: “Obertura: la nueva historia, su pasado y su futuro” en BURKE, P.
(ed.): Formas de hacer Historia,
Madrid, Alianza Universidad, 1993, ps. 11-37.